Adolfo Suárez Perret / Héroes bizarros 68

Adolfo Suárez a tres bandas:

LA GEOMETRÍA DE LA PASIÓN

Una crónica de ELOY JÁUREGUI

Adolfo Suárez Perret (Lima, 27 de octubre de 1930 –  Lima, 14 de abril de 2001), fue el primer deportista que consiguió un título mundial para el Perú. Cierto, usted dirá que aquello no es deporte, pero a Suárez, nadie le quitará ser campeón mundial de Billar, en la modalidad de Tres Bandas. Yo lo conocí junto al Chino Domínguez. Yo estuve con él hasta que cerró los ojos. Esta es su historia.

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I.M. Roberto Salinas Benavides

1.

Entonces dice: «Yo me miro en el espejo bien de cerca, cara a cara y me pregunto ¿Qué mierda ha pasado?» –me explica el maestro ahora que observa su vaso de cerveza sin espuma, sin burbujas y brillan sus cabellos blancos como esas bolas de marfil pegadas a la banda de la vida–. «En ese paño verde está mi pulso, mis recuerdos, mi temperamento ¿Sabe? Ahí está el retrato de mi madre, mi mujer, mis hijos, mis nietos».

El billar era para los vagos, así decían por estas calles. No obstante, el Perú tuvo su Campeón Mundial de las tres bandas. Una mañana de abril de 1961 apareció en los diarios de Lima: «Suárez Campeón del Mundo». Cierto, desde la lejana Amsterdam, un flaco desgarbado y de atrevido de perfil obtenía ese título. Era el primer campeón mundial que tuvo este país y fue todo un drama. El billar era considerado oficio del lumpenaje como aseguraba la iglesia y otras instituciones que cuidaban el decoro. No es disciplina olímpica y causa joroba v TBC [todo junto], y Suárez, hace más medio siglo, fue el mejor de todo el planeta.

Y ese tipo que está hablando, casi susurrando, con su perfil de velero volteado, con un dejo a norteño de Monserrate, ese tipo, tiene agallas y buena molleja o gran corazón, y es más bueno que el pan, –según los vecinos–y no le corrió jamás a las desventuras. Y un 23 de abril de 1961, en la misma Amsterdam se coronaba Campeón Mundial de Billar de Tres Bandas, el primer campeón mundial que tuvo este país aunque el billar es considerado oficio de vagos –así afirman «los templarios» nacionales– y por eso del palo y las bolas, riñe con la moral y las buenas costumbres y hasta el aborto sentimental.

Y de pronto llega un cable desde Holanda. El país tiene campeón mundial. ¿De qué? Se preguntan los jefes de redacción, si nunca fuimos nada. Pues de biliar de tres bandas ¿Qué es eso? Ese juego que interpretan los de baja estofa y mala calaña. Entonces prepararon el recibimiento con banda, petardos y banderolas. Y un flaco pálido con pinta a sonrisa del tiempo, que baja las escalinatas del avión y el Perú celebra entre el hambre y la dicha. Entonces lo quisieron como al verano enamorado, que nos deja bronceados y con sed y que al final no se olvida por más laberintos de la memoria.

CAMPEON MUNDIAL DE BILLAR ADOLFO SUAREZ  CON BILLARISTA SUGIMITZU
Adoldo Suárez con Humberto Suguimizi

2.

–Entonces, don Adolfo, usted es cualquier cosa menos deportista o me equivoco o se equivocan o qué nos pasa…

–No viejo. No. Ser billarista es lo más jodido del mundo, contesta mortificado, como si estuviera jugando contra Raymond Ceulemans. En Europa y Norteamérica lo consideran un deporte ciencia por el esfuerzo mental y físico igual que el ajedrez. Tras el billar profesional corre tanto dinero como en la Fórmula Uno o el circuito mundial del tenis. A los niños le enseñan a manejar el taco a partir de los seis años y no como aquí, que uno recién puede entrar a un salón de billar cuando ya tiene Libreta Electoral.

– ¿Pero usted, cuando fue campeón mundial, no dijo esta boca es mía? –lo interrumpo también incándolo.

– ¿Qué cosa? ¿Cómo que no? observa al instante. Yo le dije al presidente Prado que derogara esa barbaridad, que los billares debían tener las puertas abiertas. Pero era un deporte chico y después de la efervescencia, nadie se acordó más del asunto. En un diario holandés me calificaron: «Suárez, un genio mundial». Yo hable a los días con el periodista porque consideraba que había exagerado ¿Sabe lo que me respondió? Usted es genio porque ha empezado a jugar billar de muy viejo. Y yo había empezado recién a los catorce años. Así de simple.

Don Julio León Caballero no se casa con nadie. Desde aquel tercer piso de la casa del maestro, con una cuerda alza una canasta con seis botellas de Pilsen heladas. Aquel reducto no es un cenecape ni una torre de silencio pero tiene un tufo a santuario agradecido. Ahí están las fotos de don Adolfo Suárez, pintón v muchachito, los trofeos, las medallas. Dos mesas reglamentarias de «match» bajo los directos tubos de luz, un grupo de amigos-discípulos, el humo tibio cual sábanas flotantes sobre el recorrido de las bolas y una pasión con cordón umbilical a barrio y a esquinas del movimiento. Es que don Adolfo ha preferido el hogar para juntar a los muchachos casi como aquella cueva de La Sociedad de los Poetas Muertos. Y don Julio León que no deja de preguntar y de servir.

–Mi mamá me iba a buscar al billar y antes de cruzar la calle los patas gritaban «Ahí viene la vieja», y mi mamá se metía y me agarraba a carterazos y me sacaba corriendo –. Baja la voz y sus ojos agarran nostalgia. Por eso me dicen «La Vieja» y ¡Cuidadito! No por otra cosa. ¿Y sabe quién me enseñó un billar por primera vez? fue «La Chola» Jesús Vásquez. Es que los dos éramos vecinos y nadadores en la piscina de la Nipón, que quedaba en el Estadio Nacional donde nos entrenaban Carrasco y Michelena. Un día se le ocurrió cambiar de ruta a «La Chola» y nos metimos por el jirón Cañete, ahí quedaba el billar «Cusco». Yo me quedé petrificado observando que la dirección de las bolas al chocar con los bordes gastados de la mesa no rebotaban como manda la lógica. Y ahí no más me enamoré, no de «La Chola», del billar quiero decir.

–Y de quién era ese bendito billar – interrumpe don Julio, acometiendo acomedido.

–Del señor Pablo Espinoza, allá por el año de 1945. Entonces aprendimos juntos, con Raúl Cubillas, Carlos Portocarrero, Gabriel Cano, Amador Benítez. La mayoría nos concentrábamos en el bar de «Takayama», ahí en el Cuartel Primero, que era un barrio bravo, de jarana y peleadores. En ese tiempo fue famosa la bronca entre José Traverso y Rimache tuvieron que cerrar la cuadra cuatro del jirón Angaraes. Yo fui el árbitro fue la mejor pelea técnica a la criolla y que duró varias horas. A Traverso muchas veces lo venían a buscar de otros barrios. Como era bien educado, invitaba a su contrincante a subir a un taxi; y se iban sin rumbo conocido Después de dos horas regresaba bien tranquilo, jamás volvió sangrando. Rimache  en cambio, era más tosco pero gran cocinero y en el «Bocanegra». y en el «Pinglo» la gente se quería morir cada vez que probaba a su frejol con su colcha de churrasco encebollado.

CAMPEON MUNDIAL DE BILLAR ADOLFO SUAREZ
«La Vieja» fue un billarista genial. En el local de la FPB

3.

Y desde chiquito fue comparsa, tramoyista, aguatero del Teatro Municipal que quedaba cerca a su casa en el barrio de La Aurora, calle Pachacamilla, cerca a Las Nazarenas. Su padre, don Luis Suárez, había nacido en Córdoba, Argentina, y era capitán de barco mercante pero con la revolución de Irigoyen, se metió en la política y murió defendiendo sus ideas un mes antes que Adolfo naciera. Y doña Lorenza, su madre, había nacido en Lima. Luego, asumió la casa y la educación sentimental. Ella era maestra de piano y don Adolfo Perret, el abuelo, había fundado el Conservatorio, y un tío fue primer violín de OSN y otros tíos formaron un conjunto de jazz que la rompía en la década del cuarenta.  Así que el hombre era musical hasta el tuétano y cuando agarraba el taco, parecía que acariciaba la batuta de una filarmónica. Y fue hijo único y amante del ballet y no se olvidará jamás haber visto a Alicia Alonso casi levitar con «Petruska» ¡Y vamos maestro, pásame la huilla que hace sed!

–Don Adolfo, ¿usted de qué vive? –pregunta Julio León con atrevimiento alevosía y desventaja.

–Cachueleo, si pues, cachueleo. Soy maestro de billar en el Club Nacional, doy clases particulares. No me quejo. Tengo mi casa, mi automóvil y mis amigos ¿Qué más quiere viejo? Nunca le pedí nada a nadie. Cuando gané el título mundial me regalaron un auto Chevrolet pero por darle la mano al presidente Prado, al día siguiente me saqué la mugre ¿No me cree? Aquí están las cicatrices. Y muestra la frente, amplia, más colorada que el resto uncida al vasto repertorio de sus soluciones.

– ¿Y sus estudios o no tuvo tiempo para los libros?—

–Como que no. Yo estudié en muchos colegios, el  Lourdes, el Bolognesi el Pedagógico y hasta el Hipólito Unánue. Fui compañero de ese gran periodista que en vida fue don Rodolfo Espinar…

– ¿Y a qué hora jugaba billar? –lo interrumpo mientras destapo la que sigue, fervoroso, atento más que auténtico.

–No sé, me daba mi tiempo. Es verdad una vez me expulsaron del Guadalupe pero no por bruto sino por mataperro. Otra vez me quedé jugando, practicando casi toda la noche, ahí en el «Cusco». Al día siguiente me sentí como si un latigazo de luz me había pegado en la cabeza… Después se me hizo sencillo jugar. Yo Imaginaba una combinación y me salía fácil. Los que más me gusta es la modalidad de «Fantasía», si parece esa maravilla de película, la de Walt Disney –apunta pendejo y chocho, casi como un joven frente al recuerdo de su primera mujer–. No sé, fue un don que Dios me entregó.

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Cuando llegó de Holanda lo recibieron en el Estadio Nacional de Lima.

– ¿Fue la suya una infancia feliz?

– ¿quiere que diga una cosa? Soy así porque nací pobre y sé lo que cuesta sobresalir, destacar en algo, en esta vida donde prevalece el «serrucho». Mi vieja me enseñó a ser combativo y orgulloso, pero sin sacar ventajas. Hoy muchos jóvenes que se tiran a abandono, yo he visto caer a muchos. Otros se dejan dominar por la maldita droga. Viejo, póngalo así …la maldita droga». Es triste pero ahí usted los ve, deambulando sin ninguna esperanza. Me jode. ¿Sabe? Uno que salió de familia  humilde, que agarró la universidad de la calle, que siempre se la jugó por el amigo, por la familia y que supo respetar a sus amistades. No pues, a mi no me vengan con cojudecez.

–Y es verdad que usted le enseñó a jugar a Lucky Luciano –Le pregunto despacito, casi de medio lado.

–Es un poco raro ¿No? Pero es cierto –admite el maestro–. Ya vivía en Italia en 1960 y trabajaba con unos amigos de la Lambretta. Cierta vez encontré un billar en un pueblo cerca a Venecia y me puse a jugar. La gente aplaudía, se quedaron admirados cómo podía realizar tantas carambolas. Gané buena plata y le pude mandar un giro bancario a mi mamá. Después, estando en un bar de la ciudad de ‘D’onofrio se me acercaron cuatro tipos y me dijeron que una persona importante quería conocerme. Me llevaron a una mansión, un verdadero palacio y en una habitación cubierta de mármol me hicieron esperar como una hora. De pronto apareció un hombrón como de un metro ochenta, bien elegante «Mucho gusto, soy Lucky Luciano», me dijo, y ahí mismo nos pusimos a jugar en una mesa que era una verdadera joya, con pizarra de tres pulgadas. Bueno hice lo que sabía, le jugué «fantasía», casi lo vuelvo loco. El hombre no paraba de invitarme Camparis. Quedamos como grandes amigos, por supuesto, no le hablé de Al Capone.

–Perdón ¿Y qué diablos hacía usted en Italia? Si me permite.

–Vivir, conocer, joder un poco. En Europa lo único que extrañaba era el limón. En Nápoles había unos pescados extraordinarios, de colores y grandazos. Pero no había limón, ni cómo hacer un cebiche. Otro día cerca a El Vaticano, entré a una trattoría y conocí a Mario Lanza. Usted sabe que me gusta la opera. El tipo estaba con una gorrita, nos hicimos patas, nos tomamos unos tragos y hasta lo hice cantar «El Plebeyo» en italiano.

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Suárez con el también gran billarista, Cayo Bardales.

4.

Y ahora vienen las fotos y don Adolfo como que se transforma, como si ingresara a los espacios de los mortales privilegiados. Están junto a él, Cayo Bardales, don Augusto Nanetti Borda, su compadre, Ludgardo Vera, julio Cuellar, Juan Kobayashi, Domingo Asmat, Benjamín Andía, Néstor Miranda, Koki Sanguinetti. Ahí petrificados permanecen observando aquel golpe de «massé », que el maestro pega como los genios y las bolas rodando al infinito, chocando y estrellándose, tapándose cual eclipse de astros en el firmamento verde. Y el hombre y el cetro en ese reino silente que de pronto se quiebra con el eco seco, ahogado, imbricado al trueno del absurdo, así de sencillo, así de dramático, así de solo.

–Usted tendrá otros récords maestro–lo interrumpe el modesto Julio Le6n, nada molesto.

–¿Récords? –y don Adolfo que agarra malicia–. Este, sí. En 1952 llegué a una volada de 13,756; esa marca que yo sepa jamás fue superada. En tres bandas conseguí también en dos oportunidades voladas de 24 carambolas…

–¿Y en el amor?–la pregunta es mía.

–Normal, ahí no tengo ninguna marca. Después de mi campeonato mundial me casé. Mi esposa se llama Grimanesa y tuvimos tres hijos y ahora dos nietos. Yo me hice de familia treintón, pero como usted comprenderá, uno recorrió mundo, conoció gente, se hizo de amistades y no me quejo, por ahí quedaron algunos recuerdos felizmente no tan escabrosos, recuerdos no más.

–¿Y Buenos Aires? Porque usted vivió mucho tiempo en Buenos Aires…

–Sí, y siempre me alojé en la pensión «Junín», como muchos peruanos. La primera vez que llegué a un Sudamericano pedí con un amigo en el restaurant «Buenos Aires» una parrillada para seis. La comida era barata para un peruano, bueno y también para cualquier argentino en la década de los cincuenta. Los mozos se alarmaron, pero igual, sólo quedaron los huesitos. En el 54 con Humberto Cervantes, Javier Gonzales y Luis Abanto Morales nos fuimos a dar una serenata. En esa época esas cosas estaban prohibidas. Llegó un patrullero y nos quiso levantar, uno de los policías era de Santa Fe, entonces Cervantes que era un gran pendejo, le cantó a la oreja una canción de su tierra, el policía casi llora, así que entre todos dimos la serenata y por supuesto, nos fue como la pitri mitri.

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Adolfo Suárez con su madre y su esposa.

5.

Pero no sólo es bueno con el taco, sino con el tango, ahora está cantando como un gorrión, ahora se introduce en un tema que interpretaba el dúo Gaitán-Casares. Y dice junto a su compadre Nanetti, que el billar es un deporte de caballeros porque al mismo jugador a quien el árbitro le ha otorgado un punto de manera errada le puede pedir que se lo anulen por considerar que ha cometido una falta y el juez, pues ni modo, tiene que anularlo. Y hasta hace unos anos no más era obligatorio jugar con micin6 con el cuello como ahorcado y que felizmente ya no existe esa regia y ahora se taquea con chompa y hasta en manga corta, Cambian los tiempos maestro.

— Usted es lo que se dice un bohemio   –arremete Julio León mientras espera que llenen la canasta. ¿Ese tipo de vida no le causó problemas?

— Jamás, mi estimado Julio –contesta el maestro con una seguridad de camión de caudales–. Uno nace con ciertas virtudes, basta afinar el temple. Yo he vivido como un hombre común, que me gustaba la noche, la conversa, la buena olla. ¿Usted sabe que soy tragón? Tengo un apetito envidiable de todo aquello bueno que tiene la vida. Yo he parado con artistas periodistas, músicos. Pregúntele a Alberto Romero, a Amadeo Grados Penalillo que tenía un carácter terrible, al mismo Grados Bertorini. Y admiré la amistad de dos ilustres personajes que ya nos dejaron, don Raúl Villarán y el gran Sérvulo Gutiérrez, señores de señores.

— ¿Cómo fue esa vez que lo confundieron con Freddy Roland?

–¡Ah! Esa fue buena. Cuando regrese de Holanda con el título, me enviaron a Roberto Salinas, que todavía era pichón, para que me haga una entrevista amplia. Yo le invité más de una botella de pisco y el flaco se puso como trompo carretón. No sé como llegaría a La Prensa pero me imagino, sin notas y sin fotógrafo. Grados Bertorini era el jefe y lo obligó a que redacte la entrevista. Salinas cumplió aunque parezca mentira pero no había otros. Entonces Grados buscó en el archivo a un tipo que se pareciera a este servidor y al día siguiente apareció mi reportaje pero con la cara de otro sujeto más flaco y más feo, era el pobre Freddy Roland que como billarista fue buen músico.

Y otra vez rueda la bola roja en busca de las blancas, y pega con la banda y pega con la vida muerta, y pega con la muerta vida, en el patio de la noche de los tiempos, que ya no pega más. El maestro se ha quedado dormido. ¡Hasta siempre, vieja!

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Adolfo Suárez fue gran amigos de dos ídolos populares de inicios del 60. Jesús Vásquez  y Mauro Mina. Detras, Javier Gonzales y Oswaldo Campos

Acerca de cangrejo negro

Cronista, poeta y profesor universitario
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